La Unión de Confecciones, los hilos de Corral

Se estima que en la época boyante (décadas de los ochenta y noventa del siglo pasado) de la confección textil en España, alrededor de 350 corraleñas, entre puestos directos e indirectos (talleres y cooperativas delegaban parte de su trabajo a mujeres en sus casas), cobraron un estipendio derivado de esa actividad, sueldo principal en muchos hogares. Esta volcánica irrupción suponía no solo cambiar el perfil socioeconómico de la localidad, sino que además, al dotar a las nuevas generaciones de jóvenes mujeres de independencia económica, las colocaba en el primer escalón para la razonable exigencia de esa infinita escalera que es la igualdad de género.

Por José María Aparicio

Si creemos en la existencia del destino, entonces tenemos que asumir que el accidente sufrido en 1953 por un joven gaditano de 16 años, recién llegado a Madrid, predeterminaría el curso de los acontecimientos que vamos a narrar y que tanta incidencia tendrían en nuestra economía local, al consolidar a la mujer corraleña como fuerza trabajadora activa de pleno derecho.

Llega un sastre

Con tan solo 16 años, José Pérez Carreño había dejado su Cádiz natal para emprender en Madrid una carrera militar, pero a los pocos días de su llegada, un grave accidente truncaría los sueños de vida castrense del joven. Después de dos años de convalecencia, comenzaría un periplo por diversas sastrerías y talleres de confección industrial madrileños, con el objeto de dominar un oficio que le permitiera llevar una vida holgada. Una vez consideró el oficio aprendido, montaría una pequeña sastrería en la capital. Pero el negocio no cumple las expectativas de Carreño, que ya casado observa cómo, aunque con 100 años de retraso con el resto de las capitales europeas, el auge de los grandes almacenes están cambiando el modelo de negocio de la moda.

Consciente de que la confección industrial cada día gana más terreno a la sastrería “a medida”, el sastre traslada la familia a Cuenca donde intuye una competencia menos feroz. Allí consigue un local para montar un pequeño taller de confección. En el mismo edificio conviven otros talleres y algunos de ellos funcionan en régimen de cooperativa, lo que le inocula el germen de una nueva idea de negocio.

Pero para llevar a cabo su plan necesita un nuevo emplazamiento, un lugar donde la fiscalidad y derechos laborales puedan ser omitidos sin graves inconvenientes, vendiendo la mejora económica del lugar elegido como contrapartida. Consulta un mapa de la zona y fija su mirada en un pueblo manchego de tamaño mediano, bien comunicado por carretera nacional con la capital y que adolece de cultura industrial. El lugar de la mancha, cuyo nombre todos conocemos, se llama Corral de Almaguer.

En 1971 Carreño se desplaza a Corral. Se entrevista con el entonces alcalde Román Sánchez-Beato, al que pone en antecedentes de su plan para dar trabajo en el pueblo y concretamente al sector más olvidado: el de las mujeres jóvenes. También explica sus necesidades: un local espacioso, cierta tolerancia de las autoridades locales con respecto a la legislación laboral mientras se desarrolla el proyecto y una persona de confianza para gestionar el trato directo con las jóvenes y que pueda ejercer labores de intermediación con padres recelosos de enviar a sus hijas a trabajar con un “forastero”. Al alcalde la frase “trabajo para sus convecinos” le suena a música celestial por lo que no pone objeciones y sugiere como local un fastuoso y espacioso caserón en la calle Mayor (e intermedia para el alquiler con sus dueños), también propone a Isabel Martínez-Raposo, mujer seria y competente, como encargada para manejar a las jóvenes que se incorporaran en primera instancia al que ya estaba determinado a ser el primer taller de confección en Corral de Almaguer.

Un poco de orden

Con alrededor de 15 mujeres, la mayoría jóvenes de entre 14 y 15 años, arranca a funcionar el taller de confección.

Isabel Martínez-Raposo “La Garibalda” es una mujer de mediana edad, soltera, que ha trabajado en casa como modista junto a su hermana Felisa. Desconoce todo sobre la confección industrial, pero su papel es determinante como “madre suplente” (con 14 y 15 años no dejaban de ser niñas que comenzaban a abandonar la pubertad) a la que acuden las chicas ante cualquier problema y como persona de confianza para la tranquilidad de los progenitores. “La Gari”, como pronto cariñosamente la apodarán las jóvenes, es una encargada competente que pone los cimientos para mantener el trabajo ordenado y serio del taller, sobre todo durante las ausencias comerciales de Carreño, que infunde cierto temor reverencial entre las jóvenes.

Isabel Martínez-Raposo, “La Garibalda”, desconoce todo sobre la confección industrial, pero su papel es determinante como “madre suplente”

Si dolores asociados a la menstruación, alguna jaqueca inesperada o un leve resfriado amenazan el trabajo, Isabel acude rauda al cuarto de los hilos, donde siempre aguardan semi-ocultas una botella de anís y otra de ginebra, y sirve una copita para la afectada. Si algunas se enzarzan en discusiones o si algunos padres requieren a sus hijas para la vendimia, Isabel intermedia y soluciona. También consola, conforta y aconseja si el corazón romántico se ve aquejado de las dolencias que le son comunes. Con la llegada del éxito, ella gestionará la abultada lista de espera de las jóvenes que aspiran a un puesto de trabajo en el taller.

Cuando Isabel anda algo despistada, la actividad se vuelve más relajada. En esos raros momentos, las alarmas se encienden cuando un intenso olor a perfume anuncia la vuelta del sastre, entonces, la actividad retorna frenéticamente.

La familia crece

El frío seco del invierno acompaña esa despejada mañana de finales de enero de 1975, cuando el flamante Seat 600 hace parada de repostaje en el surtidor de combustible de la Estación España. Durante el intercambio cordial de observaciones sobre el tiempo, que acompaña el relleno del depósito, el propietario del vehículo inquiere al empleado del surtidor sobre la existencia de fábrica o taller de confección textil en la localidad. Este último responde que, efectivamente, conoce de la existencia de un pequeño taller en la calle Mayor y da las indicaciones oportunas para llegar hasta el mismo.

Para Alfonso Espín Merino, el dueño del coqueto 600, es la tercera parada de la mañana desde que inició el viaje desde Campo de Criptana. Previamente había formulado la misma pregunta en Miguel Esteban y en Quintanar de la Orden. Alfonso, padre de nuevo cuño, busca trabajo en el sector donde acumula toda su experiencia profesional y que le aleje lo menos posible de su recién conformada familia.

Aunque es oriundo de Andújar (Jaén), Alfonso lleva desde los 9 años en Campo de Criptana. Allí llegó para una visita familiar y se quedó para aprender el oficio de sastre siguiendo los pasos de su primo, el mismo que cuando Alfonso cuenta con 12 años lo emplearía en una sastrería tradicional de su propiedad hasta que el trabajo languidece. Desde allí y con 18 años Alfonso aprovecha sus conocimientos para desplazarse hasta Madrid y conseguir trabajo en el pujante sector de la confección industrial, donde completaría su aprendizaje en las diferentes facetas del oficio: patronista, cortador, planchador, etc. Pocos años más tarde es reclamado de vuelta a Campo de Criptana por el mismo primo, esta vez, para trabajar en un taller que acaba de montar. Allí permanecerá hasta que el trabajo decae e inicia el viaje de esa fría mañana de Enero.

Debido al éxito del taller corraleño, José Pérez Carreño ha repetido el mismo esquema en la cercana localidad de Lillo, y el trabajo le empieza a superar. Además como previamente comentado arriba, aunque la diligente Isabel oficia de eficaz gerente, no conoce en profundidad todas las facetas del oficio para poder cubrir en su totalidad todas las dificultades que se presentan en las cada vez más prolongadas ausencias del sastre. Carreño necesita con urgencia otra persona de su mismo perfil, que además sepa conducir, tenga disponibilidad para viajar, pueda reparar las deficiencias leves en las cada vez más numerosas máquinas, gestionar el taller de Lillo y sea capaz de entender las exigencias en lenguaje técnico de los clientes.

Como las urgencias del ofertante y el candidato coinciden, el acuerdo es inmediato una vez que Alfonso Espín supera las pruebas de demostración de conocimientos a las que es sometido.

Alfonso Espín supera las pruebas de demostración de conocimientos a las que es sometido.

Con el incremento en la destreza de las jóvenes corraleñas, que ya hace tiempo superaron las fases de aprendizaje; la nueva contratación; y la figura de Isabel como la gran amortiguadora de conflictos, el taller ya está plenamente engrasado y comienza a funcionar de manera más que eficiente y a generar sustanciosos beneficios.

No ocurre lo mismo en el taller de Lillo, que en el primer otoño de su existencia, al llegar la vendimia, se queda casi desierto cuando las jóvenes optan por ayudar a sus familias en la recolecta de la uva, en lugar de permanecer en sus puestos en el taller. Esa decisión, que impide completar los encargos en el tiempo ajustado, irrita a Carreño que “ipso facto” cierra el taller de esa localidad y traslada la maquinaria al taller corraleño, lo que en la práctica suponía doblar el tamaño de este último y aumentar proporcionalmente el número de contrataciones. Ya son 40 las mujeres que trabajan en el taller.

Además ya nos están solos. El hermano de La Salle, Luis Estibaliz, que ha seguido con interés la evolución del taller de confección, promueve en 1976 un nuevo taller en las mismas dependencias del colegio, con objeto de dar salida laboral a las alumnas que una vez acabada la EGB no continúen sus estudios. En su pico de actividad llegaron a sumar en torno a 40 jóvenes más a la actividad textil corraleña.

El rápido crecimiento tiene una cara que preocupa al sastre: la escasa fiscalidad que soporta, los nulos derechos laborables de las trabajadoras y la ilegalidad del taller en suma, podían acarrearle problemas con la justicia. Decide entonces llevar a la práctica el modelo que aprendió en su estancia en Cuenca. Crear una sociedad cooperativa que se ajuste a la ley y le evite los posibles problemas legales con los que andaba flirteando. Como no quiere dar puntada sin hilo (¿hay frase mejor hilvanada para este artículo?), Carreño se reúne con el gobernador de Toledo y otras autoridades provinciales a los que expone su plan de expansión y de los que consigue un plazo de dos años para, sin que la actividad se resienta, gestionar los trámites oportunos hasta ajustarse plenamente a derecho.

La Unión de Confecciones

Como el antiguo taller se ha quedado pequeño para alojar a las cada vez más numerosas máquinas, el empresario textil se ha fijado en una antigua tahona frente a la fábrica de harinas en la calle Legazpi. Lo compra y acondiciona y traslada el antiguo taller al nuevo local que será la primera sede oficial de la recién fundada Sociedad Cooperativa.

Con el nombre de La Unión de Confecciones, la nueva sociedad comienza a caminar el 2 de Enero de 1977 con 40 asociados, entre los que no figura Pérez Carreño, al que se reserva el cargo de director gerente. La primera presidenta elegida: Antonia Martínez Rodríguez. La junta directiva la integrarán: presidenta, secretaria, tesorera y 3 vocales. Dichos cargos se elegirán por votación cada 4 años. La cuota de entrada de socia se estipula en 25000 pesetas. Quedan establecidas las categorías laborales y sueldos: Encargadas y oficialas cobraban en torno a las 40.000 pesetas (un sueldo algo superior para Alfonso e Isabel como encargados generales) y las aprendizas bailaban en una horquilla entre 15000 y 22000 pesetas en función de la antigüedad. Carreño aporta el local, las primeras máquinas (aquellas que ya proceden del taller) y su trabajo a cambio del 10% de la producción bruta. Del total de los beneficios a final de año se apartará un 15% para previsión y otro 10% se destinará a obra social (básicamente cursos de formación y regalos de boda para aquellas asociadas que abandonan su estatus de soltera). El beneficio restante se dividirá en partes proporcionales y se abonará como paga única al final de cada año.

Con el nombre de La Unión de Confecciones, la nueva sociedad comienza a caminar el 2 de Enero de 1977 con 40 asociados

Pronto se incorporarán dos nuevas figuras al organigrama: Isabel Redondo García como encargada de la administración y Fernando Pernía, una especie de chico para todo con vinculación familiar con el sastre, al que se le forma como mecánico especializado en maquinaria de confección industrial.

La organización del trabajo comienza una época de alta profesionalidad que ya la acompañará durante toda su existencia. Cuando llegan las prendas cortadas por tallas y colores, Carreño y Alfonso completan una muestra de la prenda tomando los tiempos de elaboración de cada fase hasta que queda terminada. Con los tiempos anotados como referencia, el sastre distribuye a las jóvenes en función de su habilidad en la pléyade de máquinas (de pespunte recto, zig-zag, coser botones, remallar, hacer ojales, poner mangas, hacer bajos, de gomas, termofijadoras, planchas…) que intervienen en el proceso, hasta completar y optimizar la cadena de producción que dejará la prenda lista para su distribución en tiempo calculado y rentabilidad prevista. Se contratan controladores de tiempo de las cadenas de producción y las asociadas fichan a la entrada y salida del trabajo.

Los encargos no paraban de llegar a la par que se producían nuevas incorporaciones para atender la creciente demanda. En su momento más álgido, la cooperativa llegó a contar con 106 asociadas repartidas en hasta tres cadenas de producción funcionando al unísono. Se llegaron a confeccionar 40000 Loden por temporada (¿recuerdan? ¿Aquellos abrigos verdes que no podían faltar en ningún armario pijo?). La alta calidad de los acabados seducía a sus clientes, entre los que se encontraban algunas de las principales empresas españolas especializadas en moda, entre ellas: El Corte Ingles, Cortefiel, Zara y sobre todo CRENI (Creaciones Nicolás, grupo vallisoletano que reúne a diez sociedades que distribuyen y comercializan moda en una veintena de países).

En 1984, debido a problemas familiares asociados a un traumático divorcio, Pérez Carreño abandona La Unión de Confecciones y se embarca en nuevas aventuras empresariales fuera de Corral de Almaguer. No obstante seguirá cobrando el alquiler del local hasta 1988, año en que La Unión, que ya cuenta con suficiente musculo financiero, traslada su sede a un nuevo local ubicado en una parcela que previamente han comprado y proyectado acorde a sus necesidades en la calle Jardines.

Al igual que diferentes “spin off” de una serie de éxito, también en 1984 Alfonso Espín y algo más tarde (1985) la expresidenta Teresa Martínez Mendoza, seguida por las pioneras Paula Beas y Encarnación Santiago en 1987, abandonan La Unión de Confecciones para levantar sus propios talleres y cooperativas. Con el tiempo, no serían las únicas en abandonar la cooperativa para emprender su propio proyecto, lo que denotaba no solo la gran experiencia acumulada dentro de La Unión, sino el espíritu compartido de superación, tanto de las que se fueron como de las que se quedaron, de todas aquellas mujeres que ya no se conformaban con ser comparsas y exigían su cuota de protagonismo en una sociedad que ya no sería la misma.

Tras años de crecimiento, la primera década del nuevo siglo vino acompañada de una crisis general para la confección industrial española. El auge de las firmas de moda “low cost” arrastró a todo el sector a producir prendas de menos calidad a precios bajos, lo que implicaba reducir los costos de producción. Para cumplir con ese objetivo, los mayoristas, con la coherencia del capitalismo que, despojado de banderas y signos patrióticos, fija su única meta en la obtención de beneficios, salieron a la búsqueda de nuevos mercados donde la producción fuera más barata. Portugal, Marruecos, países de Europa del Este y más tarde China, dejaron en residual la confección en España.

Tras más de 30 años de actividad, La Unión de Confecciones cerraba sus puertas en el transcurso del año 2008. La segunda década del siglo XXI sería testigo de la desaparición de la casi totalidad de los talleres de confección corraleños que subsistían heroicamente los embates de la crisis del sector. Su legado, inscrito a fuego en una legión de jóvenes corraleñas, permanecerá en la memoria colectiva de este pueblo durante muchos años.

 

Agradecimientos: Para la documentación de este artículo fueron determinantes los testimonios de las siguientes personas a las que agradezco su disposición y su tiempo para ajustar los acontecimientos narrados: José Pérez Carreño, Alfonso Espín, Teresa Martínez Mendoza, Paula Beas, Isabel Redondo, Dominga Beas y Pilar Martínez González